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Crónicas de una nación fallida (1/2): Sudán del sur, donde la paz es una quimera

Con apenas tres años de vida Sudán del Sur, el estado más joven del mundo, atraviesa una situación de guerra, hambre y caos.
Crónicas de una nación fallida (1/2): Sudán del sur, donde la paz es una quimera
Fuente: Wikimedia

Tras superar una guerra de secesión que parecía eterna, una cruenta lucha por el poder entre tribus ha roto en pedazos los sueños de unión y prosperidad que alentó la independencia, en un país en el que la paz sigue siendo una gran desconocida para la mayoría de las generaciones. La nueva guerra civil ha sepultado la confianza en el proyecto político en el que se embarcaba el pueblo sursudanés, víctima de unos dirigentes irresponsables que han provocado que la nueva nación se resquebraje a golpe de fusil.  

El arduo camino hacia la independencia

Corría el año 1956. Egipto y Reino Unido conceden la independencia a Sudán, tras más de medio siglo de administración conjunta. El mandato anglo-egipcio dejaba a su suerte al que era el mayor Estado en extensión del continente, y por consiguiente, un universo heterogéneo de etnias y tribus que convivieron durante siglos, no exentas de rivalidades. Dentro del conglomerado sudanés sobresalían dos regiones, también muy variopintas: Darfur, al oeste, y Sudán del Sur, la parte más meridional del país. Fue dentro de esta región, Sudán del Sur, donde un movimiento separatista liderado por el grupo Anya Nya iba a rebelarse, en 1962,  contra el poder central de Jartum –capital de Sudán- dando comienzo a la primera guerra civil sudanesa. Tras diez años de conflicto, en 1972 el gobierno sudanés concedió mayor autonomía a la región del sur en un acuerdo de paz firmado en Addis Abeba, capital de Etiopía.

En el transcurso de los once años que duró la paz, se produciría un hito que iba a cambiar el destino del pueblo sudanés: el descubrimiento de petróleo en la región de Sudán del Sur. La posibilidad de explotar el crudo supuso una nueva escalada de tensión entre el norte y el sur, que iba a desembocar en la supresión de la autonomía sursudanesa por parte del gobierno de Jartum, hecho que provocó el comienzo la segunda guerra civil (1983-2005). El protagonista ahora sería el Movimiento de Liberación Popular Sudanés (SPLM) bajo el liderazgo de John Garang (en la imagen de la izquierda), que se convertiría en el símbolo de la lucha independentista sur sudanesa. Los más de veinte años de guerra acabaron en enero de 2005 con el histórico Acuerdo General de Paz entre el SPLM y el gobierno de Sudán. 

Gracias a este acuerdo, una nueva Constitución sudanesa concedía al sur seis años de autonomía, al cabo de los cuales se celebraría un referéndum para que el pueblo sursudanés decidiese independizarse o seguir formando parte de un estado unitario. Junto a ello, Sudán aceptó  un reparto más equitativo de los beneficios obtenidos del petróleo  y representación sursudanesa en el gobierno central, de modo que en julio del mismo año John Garang juró el cargo como primer vicepresidente de la República de Sudán. Tres semanas más tarde, fallecería en un accidente de helicóptero. Su muerte hizo tambalear el clima de paz generado a raíz del alto al fuego firmado en enero, y los enfrentamientos entre las distintas facciones volvieron a ser notables durante semanas. No obstante, el camino hacia la paz parecía consolidarse: a finales de 2005, Sudán del Sur estaba gobernado de forma autónoma por antiguos rebeldes  y Salva Kiir, relevo de Garang, ejercía tanto vicepresidente en Jartum como de Presidente de la región de Sudán del Sur. Pero la paz, si es que la hubo, fue frágil, muy frágil. Las tensiones iban creciendo a medida que se acercaba el referéndum y se concentraban en la región fronteriza de Abyei. Esta región, que actualmente se encuentra desmilitarizada,  sigue siendo reivindicada tanto por la República de Sudán como por Sudán del Sur, debido a su extrema riqueza de petróleo. Ante los continuos choques entre fuerzas del sur y del norte,  en 2008, el presidente sudanés Bashir, acordó con su homologo sureño acudir a un árbitro internacional que decidiese a quién pertenecería la región en disputa. Fue a mediados de 2009 cuando el Tribunal Internacional de La Haya concedió el campo petrolero de Heglig, el mayor de la zona, a la República de Sudán. 

Y llegó 2011. Tras medio siglo de guerras y más de un millón de muertes después, el pueblo sur sudanés votó en masa a favor de la independencia. Prácticamente el 99% de los votantes aprobó la creación de la República de Sudán del Sur, con capital en Juba. El nuevo estado nacería el 9 de julio de 2011. Lo que era un sueño para los sursudaneses, pronto se tornaría en la más horrible de las pesadillas. 

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La independencia aviva las tensiones

El júbilo desbordaba las calles de las principales ciudades sursudanesas y su pueblo oteaba el horizonte con mayor esperanza de prosperidad y desarrollo. Una vez despojado del yugo del poder central de Jartum, que durante casi medio siglo de guerra mantuvo políticas de marginalización sobre la región sur –hasta 2005 no hubo en todo Sudán del Sur una sola carretera alquitranada-, la ilusión de autosuficiencia se abría camino: la secesión dejó en el nuevo estado el 75% de los campos petroleros que poseía la República de Sudán.  Sin embargo, el optimismo generado aquel nueve de julio pronto se tornaría en incertidumbre. La proclamación de independencia no supuso, de ninguna manera, una resolución definitiva del longevo conflicto con la República de Sudán. De hecho, la secesión dejaría a dos estados fronterizos con la necesidad de entenderse para sacar provecho de su interdependencia económica, pero, lejos de ello, las tensiones se acrecentaron. 

Sin duda alguna el petróleo ha sido y es el factor clave en las malogradas relaciones recíprocas. Si bien los principales campos petrolíferos se encuentran en Sudán del Sur, la única manera que tienen los sursudaneses para sacar provecho del mismo es a través de las refinerías instaladas en territorio de la República de Sudán, y a través de oleoductos que conectan las regiones petrolíferas con la capital, Jartum, para después ser transportado hacia la ciudad portuaria de Port Sudan, a orillas del mar Rojo, desde donde se exporta. Por tanto, este hecho deja a Sudán del Sur en una situación de extrema dependencia de su vecino del norte, única vía por la que comercializar y exportar el crudo, teniendo en cuenta que el país más joven es también el más dependiente del petróleo del mundo: sobre un 95% de los ingresos estatales son derivados de los beneficios del crudo. Ante este panorama Juba buscó alternativas y en la actualidad un oleoducto que conectará la capital con la región de Lamu, en Kenia, está en su fase inicial de construcción. Este proyecto, de materializarse, supondría la posibilidad de evitar exportar el crudo a través de Sudán y hacerlo a través del océano Índico; o lo que es lo mismo, significaría la verdadera emancipación sursudanesa de la República de Sudán.  

Hasta que eso suceda, la necesidad de buscar acuerdos sobre las las tasas del comercio petrolero  es imperiosa. La inflexibilidad en las negociaciones de los dirigentes de ambos países llevó a Salva Kiir, Presidente de Sudán del Sur, a tomar una decisión tan drástica como autodestructiva: el cese de la producción de petróleo. Dicha medida, anunciada en enero de 2012, supuso la interrupción de un flujo de alrededor de 350.000 barriles de crudo al día. La crisis en la que quedó sumido el país tuvo daños irreparables. La decisión fue justificada por Kiir como una respuesta al presunto saqueo de petróleo por parte de Sudán en las prospecciones sursudanesas, además del inaceptable precio de circulación del crudo hacia Port Sudán. Lo cierto es que esta temeraria medida de presión tenía un trasfondo más complejo si cabe. El petróleo también estaba detrás de las reivindicaciones territoriales a uno y otro lado de la inestable frontera, que han provocado continuos ataques de grupos armados de ambos países en las regiones en disputa. Además de la ya mencionada Abyei, los sursudaneses reclaman las regiones sudanesas de Nilo Azul y de Kordofán del Sur. En mayo de 2012, cuando se avistaba el comienzo de una nueva guerra, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas instó a ambos países a retirar a sus fuerzas armadas de la frontera y reanudar las negociaciones, lo que pareció aminorar la tensión. Precisamente la mediación internacional ha resultado clave a la hora de gestionar la crisis diplomática. En este aspecto, la labor de la Unión Africana fue fundamental para que ambas partes se sentaran a negociar y Sudán del Sur reabriese la producción de petróleo en mayo de 2013. Desde entonces, la situación sigue siendo inestable y las denuncias mutuas de instigar la lucha rebelde en el país vecino constantes, si bien el conflicto interno que estalló en Sudán del Sur a finales de 2013 ha hecho desviar en cierto modo el foco de atención. Una nueva guerra civil iba a asolar el estado más joven del mundo. 

La lucha fratricida por el poder

Las décadas de lucha por la independencia provocó que las dos tribus mayoritarias de Sudán del Sur, los Dinka y los Nuer, aminoraran su histórica rivalidad para hacer frente al enemigo común: el norte árabe. Con la aparición del nuevo estado, las esperanzas de consolidar un sentimiento nacional unitario prácticamente insólito entre los sursudaneses iban a durar más bien poco. De hecho, las reticencias sobre la viabilidad del proyecto nacional iban a gestarse antes incluso del nacimiento de la joven república. Tras las elecciones presidenciales de 2010, el dinka Salva Kiir (fotografía derecha) formó gobierno y en él apenas había representación de nuers o de shilluks, otra de las tribus más destacadas y activas durante la guerra civil sudanesa. Esta situación dejaba a los dinka como grandes beneficiados de la independencia, privando a las otras tribus de la posibilidad de tomar partido en las decisiones del gobierno.

La torpe administración autoritaria de Kiir, que parecía empeñado en marginar a las otras tribus y fraccionar a una nación en construcción, ha resultado clave para que los enfrentamientos étnicos se incrementaran desde entonces. A pesar de todo, el Presidente mantuvo al líder nuer Riek Machar (en la fotografía de la izquierda) como vicepresidente de Sudán del Sur, cargo que ocupaba desde 2005. Machar, antiguo miembro del SPLM se separó del mismo para crear su propio grupo rebelde, el Movimiento y Ejército de la Independencia de Sudán del Sur, en 1991. Instigados por Al Bashir, presidente de Sudán, este nuevo grupo se enfrentó al SPLM de Garang, si bien lograron la reconciliación en 2002 y desde entonces abordaron  el proceso de paz e independencia unidos. Sin embargo, con la llegada de Kiir su papel en el gobierno era más bien testimonial, eclipsado por el poder absoluto que el dinka llevaba a cabo desde la presidencia y que hizo que Machar fue destituido como vicepresidente en julio de 2013. El desencanto era por entonces evidente. Hasta ese momento, en dos años de independencia, más de 2.200 sudaneses habían muerto en luchas interétnicas. Y lo peor estaría por llegar. En diciembre de 2013 Riek Machar fue acusado de un presunto intento de golpe de Estado –algo que él niega rotundamente- que supuso el detonante de lo que ya se advertía: una lucha sin cuartel con tintes étnicos pero que en la práctica se ha convertido en una guerra civil de todos contra todos. 

Esta guerra no declarada comenzaría en la capital, Juba, pero pronto se instalaría en las regiones norteñas, donde se ubican las tropas nuer del ‘Ejército Blanco’ leales a Machar, y donde también se localizan las mayores explotaciones petroleras en el país. A la lucha entre facciones armadas se le suman matanzas genocidas de civiles que provocan que el temor y el caos recorran el país, y que la cifra de refugiados y exiliados no pare de crecer. La evolución del conflicto deja un escenario aún más complejo, de modo que afirmar que el conflicto es una lucha de nuers contra dinkas puede resultar simplista. Hay grandes excepciones. La más llamativa puede que sea el apoyo de la viuda de Garang, antiguo líder dinka del SPLM, y su hijo, al bando reformista de Machar. En Bentiu, al norte, se han dado casos de luchas entre nuers fieles a Machar contra nuers partidarios del gobierno de Kiir. En Equatoria, región en la que no predominan ni los nuers ni los dinka, las tribus minoritarias (Madi, Bari, Lotuko, Azande…) están implicándose en la guerra, de modo que deben elegir de que bando están y a menudo, eligen el nuer. Por tanto, estos casos demuestran que no siempre hay evidencias de lealtad ciega a una tribu determinada.  

Fuera del campo de batalla, los esfuerzos por sentar a las partes para la negociación de un acuerdo de paz no han sido completamente en vano. Desde que el conflicto comenzara a finales de 2013 ya ha habido dos acuerdos de alto al fuego. El primero de ellos, en enero, fue violado por ambas partes unas horas después de su entrada en vigor. El segundo, firmado en Addis Abeba en mayo, recogía la formación futura de un gobierno transitorio de unidad que tuviera representación multiétnica. Sin embargo, este último apenas fue efectivo dos días, ya que al tercero de su entrada en vigor ambas partes volvieron a acusarse de violarlo iniciando combates. Sin un gobierno de transición y sin una comunidad internacional capaz de mediar con éxito entre las partes, el conflicto que arrasa Sudán del Sur no parece que vaya a encontrar una solución definitiva corto plazo. 

No cabe duda de que la guerra está siendo especialmente devastadora en las regiones petroleras, y esto no es fruto de la casualidad. Quien se haga con las ciudades ricas en crudo, tendrá bajo control el recurso económico esencial por el que sobrevive el país. Tampoco es casualidad que haya varios países, entre ellos las superpotencias China y Estados Unidos, contemplando con preocupación el devenir del conflicto sursudanés. La mirada extranjera, sin embargo, es interesada. Esperan que se les presente la oportunidad de pescar en río revuelto y poder sacar partido de la principal –por no decir única- ventaja económica que Sudán del Sur podría ofrecer: la explotación del abundante petróleo.

En el próximo artículo de esta serie analizaremos tanto la dimensión internacional del conflicto como el desastre humanitario que ha acarreado. 

Pablo Moral

Écija (Sevilla), 1992. Doctorando en Ciencias Políticas en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Investigo sobre comunicación política en redes sociales, desinformación y procesamiento del lenguaje natural en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Graduado en Relaciones Internacionales y máster en Estudios Euromediterráneos por la Universidad Complutense de Madrid.

1 comentario

  1. Expandir comentario

    Gran síntesis de un conflicto muy complejo, a la espera de la segunda parte.

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