Julio Verne: De la Tierra a la Luna (1865)

Texto de Carles Llonch Molina

Es la primera vez que repito autor, pues ya hablé de Julio Verne a raíz de París en el siglo XX.Se trataría de unos de los padres de la ciencia ficción moderna junto a H.G. Wells, si bien se considera al Frankenstein de  Mary Shelley como la obra que dió el disparo de salida al género. Su extensa obra ha sido editada hasta la saciedad, y es fácil de encontrar en infinidad de formatos diferentes. Una de los atractivos de estos libros es que casi siempre van acompañados de las  ilustraciones de las ediciones originales (parecen grabados a punta seca). Estas imágenes se revelan en ocasiones como estampas maravillosas con fuerte sabor steampunk, como en el caso de De la Tierra a la Luna, el libro sobre el que escribo hoy.  Publicada en 1865 es probablemente junto a Veinte mil leguas de viaje submarino y Cinco semanas en globo una de sus novelas más famosas.

A Verne se le presenta por lo general como el escritor de las esperanzas emancipatorias de la ciencia, optimista en el progreso y creador de aventuras increíbles, pero esa fe no le acompañó toda su vida. Algunos estudiosos de su obra diferencian tres etapas literarias, una primera etapa optimista y en la que brillaron sus ideas más innovadoras, una segunda de madurez  y una última de desencanto marcada por cierto pesimismo. Se suele aducir que los sucesos que le fueron sucediendo a Verne junto a la realidad política fueron modificando su literatura. Si bien esto puede ser cierto en términos generales, ya vimos cómo el descubrimiento de París en el siglo XX vino a modificar esta perspectiva, pues se trataba de una obra en clave desalentadora escrita en sus primerísimos años como escritor. Pero para De la Tierra a la Luna este cronograma nos vale, así que podemos enmarcarla en la primera etapa digamos “luminosa”.

Se trata de la tercera obra publicada de sus Viajes extraordinarios, una monumental colección de más de 50 obras que publicó en vida de la mano de Hetzel, su editor. Parece ser que a partir de su primer éxito le propuso un contrato exigente (pero muy bien pagado) que le llevaría a producir a un ritmo que le jugaría alguna que otra mala pasada a lo largo de su vida, haciéndole caer enfermo en alguna que otra ocasión.

Antes de leerlo, es muy fácil deducir de que va la historia al ver el título. También las portadas ilustradas ayudan y viendo los grabados interiores uno se puede hacer una idea rápidamente de detalles de la trama. Además a muchos nos viene a la mente el icónico fotograma de la película de Meliés, con ese obús encastado en el ojo de la cara del satélite (versión cinematográfica que por cierto solamente comparte el título con la literaria).

Todo empieza en el Gun-Club, una asociación de artilleros norteamericanos que se aburren en los periodos entreguerras y deciden iniciar la empresa de enviar un objeto a la Luna. Este club de defensores de la guerra mutilados (a todos les falta algún que otro miembro) sienten devoción por los cañones, por lo que  podrían dar para algún que otro análisis freudiano  y varios chistes. Las ganas de ello se te quitan cuando te das cuenta de lo parecido que es este club a la Asociación Nacional del Rifle.

El Charlton Heston del grupo es su presidente, Barbicane, uno de los protagonistas de la historia y de cuya inteligencia nacerá tan alocada idea. En el fondo todo el libro es una especie de oda al espíritu emprendedor de los estadounidenses y a lo buenos que son imponiendo su voluntad para ampliar los límites de la ciencia y la ingeniería. El contrapunto a los yankis lo pone el audaz y valiente Ardan, un francés que en realidad es un alter ego de Nadar, uno de los grandes fotógrafos del siglo XIX y gran amigo de Verne. 

Si queréis leer el libro quizás queráis saltaros este párrafo. Ardan es tan echao p’alante que decide donar su cuerpo a la ciencia y viajar dentro del obús, ya que  en un principio la idea era mandar la bala vacía puesto que era imposible el viaje de vuelta. Este personaje acaba convenciendo al mismo Barbicane y a su enemigo, el capitán Nicholl, para que lo acompañen en el viaje.

El libro va narrando el trabajo del Gun-club pora llevar a cabo la empresa. Se trataría, según mi parecer,  de una especie de manual del inventor en el cual a partir de la idea original se va estudiando su viabilidad.  Esta estructura es lo que hace a esta novela destacar entre otras del autor, mucho menos claras en intenciones y en ocasiones mal resueltas.  Desde el día ideal para el lanzamiento, hasta la cantidad de pólvora necesaria pasando por la financiación, Verne nos va justificando cada paso con cálculos y datos si es necesario. No podemos olvidar que parte del éxito que el autor cosechó en su tiempo fue precisamente su carácter pedagógico. El proyecto editorial de Hertz era el de contrarrestar la hegemonía que tenía la iglesia en el mercado de la literatura juvenil de su tiempo. Creía que las generaciones futuras merecían una educación de carácter progresista, laica y racionalista, así que las aventuras científicas del escritor le venían al pelo.

Es fácil percibir las razones del éxito que tuvo esta historia en aquel momento, pues realmente está diseñada para que creamos posible enviar un obús a la Luna. Pero digamos que la parte pedagógica es precisamente la que peor ha envejecido en la lectura actual, pues el paso del tiempo ha desvelado la gran incorrección de algunas de sus deducciones.  Además hay que añadir que las largas enumeraciones que encantaban a Verne pueden cansar hoy día, por lo que he podido hablar con otras personas (yo, al cuarto libro, he aprendido a saltármelas).

Sin embargo se trata también de una novela de aventuras que, desde la distancia, nos permite una segunda lectura. Personalmente la llego a recibir como una obra steampunk con elementos que se podrían percibir como casi fantásticos.  Es desde esta actitud que podemos disfrutar de esta lectura en nuestros días, relajando el músculo de la precisión científica y dejándonos llevar a la Luna en el interior de un obús decorado al estilo victoriano mientras retorcemos nuestro bigote y fumamos en pipa.

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