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      ¿Qué papel jugó la fe entre los mineros atrapados en Chile?

      A los pocos días de quedar virtualmente sepultados vivos, la desesperación comenzó a ganar a los 33 mineros. Pero el haber depositado la confianza en Dios, tras la oportuna apelación religiosa de uno de ellos, permitió que sobrellevaran el severo trance. El testimonio de uno de los mineros. Más información en Valores Religiosos

      ¿Qué papel jugó la fe entre los mineros atrapados en Chile?CLAIMA20101110_0111 GRATITUD. El minero Esteban Rojas agradece a Dios luego de salir de la mina tras 70 días atrapado.
      Redacción Clarín

      La desesperación comenzó a ganar a los 33 mineros. Habían pasado unos pocos días tras el fatídico 5 de agosto en que un derrumbe los dejó atrapados a 700 metros de profundidad en una mina del norte de Chile. Sabían que todo intento de escapar era inútil. Y que una operación de rescate, a semejante distancia de la superficie, sería poco menos que imposible. Concluían que, en definitiva, estaban sepultados vivos. La tensión crecía, las discusiones, también. El pánico era la peor asechanza. Fue entonces cuando uno de ellos, José Henríquez, el único evangélico del grupo, tomó la palabra y, en tono vibrante, los exhortó a aferrarse a Dios. "Debemos confiar en el Señor, que nunca nos abandona si nos entregamos a él", exclamó. Sus palabras produjeron un punto de inflexión. Dentro de la enorme angustia, pusieron calma, evitaron que la situación se desmadrara y fortalecieron la esperanza en que no todo estaba perdido.La reacción ante la apelación de Henríquez, de 56 años -convertido a partir de entonces en una especie de guía espiritual del grupo-, es por demás reveladora del papel absolutamente clave que jugó lo religioso en el sostenimiento anímico de los mineros, sometidos a una experiencia extrema que era seguida con expectación por todo el mundo. "La fe fue lo que nos permitió salir adelante", dice Esteban Rojas, el más fervoroso católico de todos los mineros, en diálogo telefónico desde Chile con Valores Religiosos. De hecho, todos los días, a las 12, los 33 se reunían a rezar. "Ese momento era sagrado, no se suspendía nunca", señala. Claro que Esteban -quien estaba en la mina reponiendo los dos días que había faltado por haber ido al entierro de un tío- se aferró a su fe desde el primer momento. Al punto que el mismo día en que quedaron atrapados le prometió a Dios que, si lograba salir con vida de la mina, se casaría por iglesia con su mujer, con quien sólo está unido civilmente desde hace 25 años. "Le juré que nos uniríamos como Dios manda", cuenta.

      "El primer momento fue de shock, de un susto tremendo, de pensar que se iban a morir porque habían quedado atrapados a mucha profundidad", afirma el padre Daniel Pauvif, el sacerdote que más conoce a los mineros por haber sido hasta hace dos años párroco de la iglesia Santísima Trinidad de la localidad de Copiapó, en cuya jurisdicción está la mina. Y dentro de la cual encabezó seis años atrás un oficio religioso. "La exhortación de Henríquez fue clave para estabilizar la situación porque comprendieron que no tenían otra alternativa que agarrarse de Dios y esa confianza les permitió sostenerse", señala a Valores Religiosos. Considera que "sin la fe, la situación hubiera sido caótica y vaya a saber a qué los hubiera empujado la desesperación".

      La confianza en Dios de los mineros recibió un espaldarazo cuando llevaban 17 días de encierro y los trabajos de perforación posibilitaron hacer contacto con ellos. Aquel famoso papelito que decía "Estamos bien en el refugio los 33" y que llenó de alegría al mundo entero, estuvo seguido por otro menos conocido, pero que reflejaba con elocuencia la fe de los atrapados. José Gómez, el minero más veterano, de 63 años, le escribía a su esposa: "Estoy bien gracias a Dios. Espero salir bien. Paciencia y fe. Dios es grande y la ayuda de mi Dios nos va a hacer salir con vida de esta mina". Inmediatamente después, Henríquez pidió las famosas 33 pequeñas Biblias (de 20 cm por 7 cm), provistas por la Iglesia Adventista.

      "Nosotros teníamos nuestras oraciones, empezando por el Padrenuestro, pero a partir de la llegada de las Biblias, su lectura nos calmaba un poco más", cuenta Rojas. De hecho, desde entonces hubo momentos especialmente intensos. "Fueron ratos muy participativos y de mucho fervor", señala el padre Pauvif. Y agrega que esos espacios fueron profusamente narrados en las cartas que los mineros les enviaban a sus familiares. Arriba, en tanto, se multiplicaban los ruegos en un improvisado santuario. Sobresalían allí la imagen de San Lorenzo, patrono de los mineros, y la de la Virgen de la Candelaria, pese a que sólo se la saca de su iglesia en Copiapó para su festividad.

      Los preparativos para el rescate llegaban a su fin. Era el 13 de octubre. Habían pasado 69 días. Los mineros empezaban a ser sacados en medio de una gran emoción. Varios de ellos caían de rodillas y juntaban sus manos en señal de agradecimiento a Dios. Para el padre Pauvif, esas expresiones fueron especialmente significativas por provenir de personas que, por lo general, consideran a la religión más bien cosa de mujeres. Y son poco expresivos. Pero esa terrible experiencia que acababan de vivir -agrega Pauvif- no solo había cambiado para siempre sus vidas, sino que los había vuelto, previsiblemente, más religiosos.

      En tanto, Henríquez, en un primer contacto con la prensa, rechazó el título de "guía espiritual" que le pusieron sus compañeros. "No me calza", afirmó. Explicó que es "un simple hombre de trabajo a quien le tocó conducir a mis compañeros en la oración después de que ellos se enteraran de que yo era cristiano". Pero su presencia parecía cosa de Dios. Primero, porque si el derrumbe se hubiera producido días después no hubiera estado allí ya que pensaba dejar la mina dado que decía que "ese cerro era malo". Segundo, porque en 1986 logró salir con vida de otra mina cuando se produjo un aluvión mientras dormía. Es que alcanzó a despertar a tiempo y huir en ropa interior. Otros que se demoraron buscando sus cosas no corrieron la misma suerte.

      Rojas hace una buena síntesis de su experiencia. "Fue una situación terrible, pero nunca perdí la esperanza en que íbamos a salir con vida porque tuve fe en Dios", dice. Y si bien admite que "siempre fui religioso", señala que luego de lo que le tocó vivir "creo más en el Señor, mi fe se fortaleció". Por lo demás, el mensaje espiritual que salió de la mina, dice el padre Pauvif, se extendió a todo Chile. Porque, además de crecer el aprecio por la vida, se estimuló la creencia religiosa. "Claro que uno espera que no sea necesario una desgracia para comprobar que Dios nos quiere", completa.

      Ahora, ¿fue un milagro que los mineros se salvaran? Rojas cree que constituyó "una obra de del Señor en conjunto con el trabajo de los hombres". A su vez, Pauvif considera que sí en cuanto a que detrás de todas las personas que trabajaron en el rescate, de toda la tecnología que se utilizó, de todo el enorme esfuerzo que se hizo, sabiendo que podía haber complicaciones que escapan al control humano, "estuvo Dios".

      Con todo, cree que el caso de los 33 mineros chilenos atrapados durante 69 días a 700 metros de profundidad dejó una gran enseñanza: que la vida sin Dios puede ser muy distinta a la vida con El.


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