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Red Internacional

ASIA CENTRAL. Las protestas en Kirguistán desatan una crisis política

La crisis política en Kirguistán ha generado un tumulto en la ex República Soviética. A medida que aumentan las tensiones, Rusia y China, que tienen intereses geopolíticos en el país de Asia central, se enfrentan a una creciente volatilidad regional y a un desorden mundial.

Sábado 10 de octubre de 2020 | 23:21

El lunes 5 de octubre, un día después de que Kirguistán celebrara sus elecciones parlamentarias, alrededor de 20.000 personas protestaron en Bishkek, la capital del país, en respuesta al fraude electoral. La única democracia de Asia Central se enfrenta a una crisis política cada vez más profunda que ha presionado al presidente de Kirguistán, Sooronbay Jeenbekov, a huir del palacio presidencial.

Este estallido social fue generado por las dudas en torno a la transparencia de las elecciones parlamentarias celebradas el 4 de octubre. La preocupación por las elecciones aumentó después de que sólo cuatro partidos políticos hayan ingresado al Parlamento después de que 16 habían superado el umbral para hacerlo. Tres de los cuatro tenían estrechos lazos con el presidente Jeenbekov. La elección del domingo también se vio empañada por los informes de compra de votos y fraude en toda la exrepública Soviética.

Las manifestaciones que estallaron el lunes en varias ciudades de Kirguistán fueron respondidas por el Gobierno con represión. Hasta ahora, al menos un manifestante de 19 años ha sido asesinado y más de 700 han resultado heridos. La Policía y las fuerzas de seguridad utilizaron cañones de agua, gas pimienta y balas de goma contra los manifestantes en la plaza Ala-Too.

El martes por la mañana, los manifestantes tomaron el control de la plaza Ala-Too, en el centro de Bishkek, y también lograron apoderarse de varios edificios oficiales, entre ellos la Presidencia, el Gobierno, el Ministerio del Interior, el Comité Estatal de Seguridad Nacional, el Ayuntamiento y las instalaciones de la televisión central. Mientras estaban dentro, los manifestantes quemaron retratos de los principales líderes del país y arrojaron papel desde las ventanas.

El viernes, el presidente Jeenbekov, que sigue escondido, impuso el estado de emergencia hasta el 21 de octubre en un intento de reafirmar su maltrecha autoridad y desplegó a miembros del ejército "para organizar puestos de control, prevenir enfrentamientos armados, garantizar el orden público y proteger a la población civil". Al mismo tiempo, el principal opositor de Jeenbekov, el expresidente Almazbek Atambayev, fue arrestado de nuevo sólo unos días después de salir de la cárcel.

La medida se produjo cuando estallaron violentos enfrentamientos entre partidarios de varios partidos de la oposición el viernes. A medida que en Kirguistán la situación se ha vuelto caótica y políticamente volátil, el país también se enfrenta a un vacío de poder. La Comisión Central Electoral anuló el resultado de las elecciones parlamentarias; los parlamentarios kirguises han iniciado procedimientos de impugnación contra Jeenbekov, y el Primer Ministro Kubatbek Boronov dimitió ante las protestas, así como los alcaldes de Bishkek y Osh, la segunda ciudad más grande de Kirguistán.

Con la declaración de nulidad de las elecciones del pasado fin de semana, se han formado varios consejos de coordinación para intentar llevar a cabo un traspaso de poderes. Los aliados de Jeenbekov en el Parlamento nombraron a Sadir Zhaparov, como primer ministro, pero la legitimidad política sigue estando amenazada, ya que no se espera que los partidos de la oposición se echen atrás en las protestas.

Al igual que en otros Estados postsoviéticos, Kirguistán experimentó una dinámica social y económica muy desigual al entrar en una economía de mercado a principios de los años noventa. A pesar de tener un sistema multipartidista, a diferencia de los países vecinos, el crimen organizado ha tenido una relación simbiótica con el mundo político durante años, con aliados criminales de las élites políticas que han conseguido victorias electorales para sus clientes políticos. Pero las revueltas de 2005 y 2010 y los problemas económicos duraderos han dado lugar a un estado débil.

La revuelta actual no es casualidad. Kirguistán, el segundo país más pobre del Asia central y uno de los más pobres del mundo, ha sido duramente afectado por la pandemia de coronavirus y el deterioro de la situación económica.

"El gobierno no se enfrentó a la pandemia, no hubo ayuda de las autoridades para nosotros", dijo Nur, un estudiante de 20 años que participó de las protestas. "Nos dieron un saco de harina y nos dijeron que sobreviviéramos hasta el final de la pandemia".

El país depende económicamente de las remesas de los trabajadores en el extranjero, de la agricultura y de varias minas de oro de propiedad extranjera. Los cierres de fronteras provocados por la pandemia golpearon duramente la economía de la nación montañosa y los ingresos de los trabajadores debido a la gran dependencia de Rusia y China para las oportunidades de trabajo de los trabajadores migrantes. El cierre de las fronteras por parte de ambos países provocó una caída del 15 por ciento en las remesas, una de las conmociones económicas más notables entre las naciones que dependen de ellas. Al mismo tiempo, la pandemia redujo drásticamente el comercio con China, otro motor clave de la economía kirguisa que durante décadas había prosperado como centro regional de bienes de consumo y suministros chinos para los fabricantes.

El país ha sido objeto de una competencia geopolítica entre Moscú, Beijing y Washington desde su independencia en 1991. Kirguistán fue sede de una base militar estadounidense durante gran parte de la guerra en Afganistán, pero se cerró en 2014 tras la presión de Rusia. El Kremlin tiene actualmente una base aérea en Kirguistán y ha considerado planes para expandirla. Como potencia extranjera clave con intereses en Kirguistán, Moscú ha intentado mediar en disputas regionales en el pasado, pero no estaba claro cómo iba a intervenir el Kremlin en la fluida situación de la república. La crisis de Kirguistán forma parte de un escenario de gran volatilidad regional, en el que Rusia parece haber perdido influencia y control en su periferia, lo que ya se está expresando en la crisis de Bielorrusia y el enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán.

China, que ha desarrollado grandes inversiones en infraestructura ferroviaria y energética y es propietaria de casi la mitad de la deuda externa de Kirguistán, se enfrenta a la obstrucción de sus intereses comerciales en el inestable país.

El movimiento se caracteriza, por una parte, por ser un movimiento dirigido por jóvenes descontentos, que se enfrenta a un régimen opresivo que los condena a la miseria y manipula el proceso electoral con impunidad, de manera similar a las protestas en Bielorrusia, pero también en el Líbano, Chile e Irán. Por otra parte, existe la disputa por el poder entre bandas criminales muy influyentes, que se han aprovechado del debilitamiento del sistema político y pueden movilizar a un sector de la sociedad apoyado por amplias redes de patronazgo, vínculos clientelares con la burocracia estatal, las fuerzas de seguridad y las organizaciones políticas tradicionales.

Frente al régimen antidemocrático dominado por los intereses capitalistas y la influencia de Estados Unidos, Rusia y China, se necesita una organización de los trabajadores y un proyecto concreto de poder político. La auto-organización democrática como los "kurultais" que surgieron en el levantamiento de 2010 en Kirguistán puede ser un paso adelante para el movimiento. Pero la clase obrera de Kirguistán debe aprovechar la oportunidad de realizar su propio poder y construir sus propias organizaciones para las clases más oprimidas y explotadas de la sociedad en Kirguistán y el resto de la región.


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