25 años de viajes afganos

El fotoperiodista repasa el último cuarto de siglo de la historia de Afganistán a través de sus viajes al país

Un niño con malnutrición severa se abraza a su madre en agosto de 1996. | Gervasio Sánchez

Texto y fotos: Gervasio Sánchez | La Unión Soviética invadió Afganistán el 27 de diciembre de 1979. Yo acababa de cumplir los 20 años y llevaba tres meses estudiando Periodismo. Los talibanes ocuparon Kabul y conquistaron casi todo el país el domingo 15 de agosto de 2021. Estoy a punto de cumplir los 62 años.

Entre ambas fechas han pasado 41 años y medio, el tiempo que los afganos llevan en guerra mientras yo he saboreado dos terceras partes de mi vida. En el país asiático sólo los mayores de 50 años pueden recordar lo que significa la paz en un país situado en la cola de los que tienen menor esperanza de vida.

Afganistán siempre estuvo entre los países que quería visitar durante mi quinquenio universitario. Posteriormente, me centré en cubrir una decena de conflictos armados en América Latina y los Balcanes durante mi primera década de vida profesional. Aunque durante años recorté decenas de reportajes de compañeros como Jorge Melgarejo o Julio Fuentes, asesinado en noviembre de 2001 en la carretera que une Jalalabad y Kabul, que cubrían aquel conflicto desde el principio.

En enero de 1996 empecé a diseñar un proyecto sobre el impacto de las minas antipersonas contra la población civil. Entre los países elegidos, por supuesto estaba Afganistán, uno de los más minados del mundo. En cuanto conseguí el visto bueno y la financiación de las organizaciones humanitarias interesadas en mi trabajo, viajé por primera vez al país asiático. Se han cumplido 25 años.

Afganistán talibanes Gervasio Sánchez
Niños huérfanos de guerra duermen en un orfanato . Kabul, agosto de 1996. | Gervasio Sánchez

Afganistán, agosto de 1996

El país estaba a punto de conseguir la mayoría de edad en guerras después de 17 años de combates ininterrumpidos. Primero entre soviéticos y muyaidines, financiados y armados por Estados Unidos. Después entre los propios grupos muyaidines, dirigidos por criminales. Finalmente, entre los señores de la guerra y los talibanes.

Durante un mes vi la muerte clínica de una ciudad kilométrica en la que era difícil encontrar un edificio no demolido por las bombas. Varios grupos armados de distinta composición étnica y diferente enfoque religioso rivalizaban con mentalidad medieval, pero con armas modernas, por el control de una ciudad devastada y sembrada de minas en la mayor parte de su perímetro urbano.

Enemigos encarnizados responsables de la destrucción del país en los años anteriores se habían unido contra la milicia más fundamentalista, los talibanes, nacidos en las madrasas o escuelas coránicas de Pakistán, y reconvertidos en apenas dos años en la fuerza militar más dinámica y poderosa de Afganistán.

Los bombardeos eran salvajes, diarios y las víctimas civiles se sumaban por decenas. La Jada-i-Maiawand, la avenida principal de Kabul, conocida por los Campos Elíseos, se había convertido en una línea que se perdía en el horizonte de edificios calcinados y perforados. La capital afgana era un continuo hormigueo de ciclistas, carretas tiradas por burros famélicos y autobuses antediluvianos, en cuyos portaequipajes se hacinaban racimos humanos en equilibrio permanente para no desprenderse a la primera curva y estrellarse contra el asfalto.

Pastunes, tajikos, uzbecos, hazaras, turcomanos, crisol de culturas e idiomas y permanente estado de guerra entre las distintas tribus y etnias. Odios eternos, orgullo de raza, códigos de vida basados en costumbres ancestrales. Turbulentos, fieros y orgullosos. Aplicaban la ley del talión en caso de muerte violenta y la vendetta cuando se trataba de un atentado contra el honor. 

Vi morir a muchas personas y estuve presente en operaciones a vida y muerte de víctimas de minas que estallaban en cualquier esquina del casco urbano o en las carreteras que conectaban con las aldeas cercanas. Pero lo peor que recuerdo fue lo ocurrido el 16 de agosto, el Black Friday, como me lo describió un trabajador humanitario italiano, cuando 13 bebés murieron por desasistencia del servicio de urgencias. Como era el día de descanso musulmán, los médicos no se presentaron a sus trabajos.

En el zoológico de Kabul conocí una historia que parecía una metáfora del tribalismo, la violencia y la venganza de un país abandonado en el sumidero de la historia. Un año antes, dos hermanos visitaban el triste y destruido parque animal. Uno de ellos descendió al foso de los leones y se acercó al macho Choghe sin que se inmutase. Pero cuando intentó acariciar a Marjan, la bella leona, el macho se abalanzó y lo mató de un zarpazo. Al día siguiente, el hermano vengó la muerte lanzando una granada que dejó ciego a Chonghe. Voluntarios de una organización humanitaria curaron las heridas del viejo león.

Durante el mes que me mantuve en Kabul intenté de todas las maneras posibles y con las dificultades de comunicación de la época (no había redes sociales, ni internet, ni whatsapp) llamar la atención en varios medios de comunicación españoles de la situación dantesca que vivía el país. Salvo mi querido Heraldo de Aragón, que me publicó varios reportajes, el resto se mostró totalmente desinteresado a pesar de que estábamos en agosto, temporada baja de la fanfarria política.  

El 27 de septiembre de 1996, un mes después de irme, los talibanes ocuparon Kabul y fue entonces cuando se produjo un subidón informativo. Conseguí publicar varios reportajes en los mismos medios que me los habían rechazado unas semanas antes. Empezaba una lamentable cobertura de prensa, o mejor continuaba porque pocos periodistas habían viajado al país asiático entre 1989, con la salida del último soldado ruso, y 1996, y que ha llegado hasta hoy.

Afganistán talibanes Gervasio Sánchez
Talibanes víctimas de minas esperan sus prótesis en el centro ortopédico de la Cruz Roja Internacional. Kabul, junio de 1997. | Gervasio Sánchez

Afganistán, junio de 1997

Regresé a Afganistán bajo el totalitarismo talibán para continuar trabajando con víctimas de minas. Habían impuesto un estricto código islámico que obligó a decenas de miles de asalariadas a abandonar sus puestos laborales  y expulsó a las jóvenes y las niñas de las universidades y las escuelas. Las mujeres sólo podían salir a la calle por una razón muy justificada y siempre acompañada de un varón aunque fuese un niño.

Las viudas, que mendigaban en la calle, eran golpeadas permanentemente por miembros del Departamento de la Virtud y Supresión del Vicio, la policía religiosa. “El Corán, sólo el Corán y nada más que el Corán” era su filosofía impecable en aquel reino de la oscuridad.

Los afganos no habían aplaudido las conquistas talibanes, pero estos habían traído la paz y la seguridad a una población exhausta que había sufrido cuatro años de intensos bombardeos con más de 45.000 muertos y decenas de miles de heridos y mutilados. Ellos también habían matado con sus propulsores de cohetes y piezas de artillería, pero habían puesto fin al pillaje protagonizado por las demás milicias.

Sus padrinos eran Pakistán y Arabia Saudita. Los servicios secretos pakistaníes y un grupo aliado del Partido del Pueblo Pakistaní de Benazir Butto (con imagen de progresista en Occidente) financiaron a los talibanes. Querían influir en el nuevo poder ultraconservador para controlar las rutas comerciales por donde pasarían gasoductos que unirían las repúblicas centroasiáticas con el Golfo Pérsico. Hombres de negocios pertenecientes a la compañía petrolífera estadounidense Unocal y la saudí Delta Oil Company ya estaban negociando los nuevos contratos.

El único lugar donde pude trabajar con total libertad fue en el Centro Ortopédico de la Cruz Roja Internacional, dirigido por el italiano Alberto Cairo que llegó a Afganistán en 1991 y que todavía sigue en su puesto, treinta años después. Los talibanes heridos y amputados  se dejaban fotografiar a pesar de que la fotografía estaba prohibida por el régimen y las mujeres no protestaban cuando me veían pululando por sus salas, aisladas de las de los hombres.

¿A quién le importó la situación de la mujer durante el quinquenio talibán? ¿Quién levantó la voz en Occidente a favor de los derechos femeninos pisoteados? El vertiginoso tobogán del olvido consiguió sacar del mapa mediático al país. Sólo un medio de comunicación, la agencia France Press, mantuvo un periodista de forma permanente en Kabul durante aquel quinquenio brutal.

Salvo algunos pequeños grupos de activistas de derechos humanos, todo el mundo miró hacia otro lado. La llamada comunidad internacional despertó el 9 de marzo de 2001 cuando los Budas de Bamiyan, Patrimonio de la Humanidad, fueron dinamitados por los talibanes. Las estatuas hicieron más ruido que los lloros permanentes de las mujeres afganas. 

Afganistán talibanes Gervasio Sánchez
Una niña con burka acompaña a su madre a comprar. | Gervasio Sánchez.

Afganistán, septiembre de 2001

Estados Unidos decidió vengar los deleznables atentados contra las Torres Gemelas en Afganistán, movilizó a su ejército y lanzó miles de ataques aéreos contra las ciudades afganas para desestabilizar el régimen talibán y capturar a los líderes de Al Qaeda, teóricamente escondidos en la cadena montañosa fronteriza con Pakistán.

En el fondo, la demostración de fuerza militar buscaba impresionar a la opinión pública estadounidense muy golpeada psicológicamente por los atentados en el interior de sus fronteras.

Viajé a Tayikistán y de allí al norte de Afganistán donde estuve varias semanas en las áreas bajo el control de la Alianza del Norte, los nuevos aliados de Estados Unidos, repleta de criminales de guerra. Un día aposté en Faizabad  que pagaría una comida en el mejor restaurante de España con dos compañeros periodistas si encontrábamos una mujer sin burka en aquella área en la que nunca había estado los talibanes.

Ni las vimos ni tampoco pudimos entrevistar a ninguna mujer porque lo impidieron los traductores oficiales que nos asignaron. Allí no había imágenes liberalizadoras. Las mujeres de aquellas áreas anti-talibanes seguían sometidas a leyes feudales y sus derechos pisoteados sin contemplaciones.

La clave para entender el desastre actual se produjo días después de la caída del régimen talibán en la conferencia de Bonn, celebrada en 2001, con el objetivo de llenar el vacío de poder. Entre los invitados hubo afganos poco influyentes o vinculados a los señores de la guerra que estaban fortaleciendo sus posiciones con la mirada puesta en el reparto de la gran tarta económica que la comunidad internacional estaba preparando. Sólo tres mujeres fueron invitadas, un 10% del total.

Los afganos más sensatos aseguraban que sólo sería factible la paz si se desarmaba a las milicias, se detenía y juzgaba por sus crímenes a los señores de la guerra, se creaba un ejército nacional y se convertía el país en un protectorado de la ONU bajo la supervisión de fuerzas militares internacionales.

Pero Estados Unidos tenía sus propios planes bélicos y demonizó a los talibanes, de mayoría pastún, etnia que conforma casi el 40%  de la población afgana. Fue incapaz, como luego repetiría en Iraq con el ejército derrotado de Sadam Husein, de establecer una clara diferencia entre radicales islámicos dispuestos a seguir combatiendo y talibanes que se habían unido al movimiento religioso por miedo a las represalias o gracias al siempre garantizado transfuguismo afgano.

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Carromato en una de las calles destruidas. Kabul, febrero de 2002. | Gervasio Sánchez.

Afganistán, febrero de 2002

Fui autorizado a viajar desde Zaragoza con el coronel Jaime Coll y su Estado Mayor en un avión de transporte Antonov 124 hasta Kabul. Pasé casi un mes con temperaturas de menos 15 grados, vi como el país se despertaba del oscurantismo talibán y asistí al despliegue de las primeras unidades militares españolas.

En los años anteriores un ingeniero muy culto que trabajaba para una organización médica y estaba emparentado con la familia real afgana me había iluminado en la compresión de la complejidad afgana.  Gracias a él entendí porque los talibanes habían ocupado el país con tanta facilidad sin apenas oposición armada. 

Volví a buscar a este hombre siempre optimista y lo localicé enfermo, avejentado y rociado por la duda. Aunque mantuvo su discurso positivo: “Tenemos un gran ventaja sobre el pasado. Las llamadas potencias occidentales se han dado cuenta que el abandono de este país ha permitido la consolidación del nido terrorista”. Quería convencerse de que era el momento para crear un estado democrático que beneficiase a la inmensa mayoría de los afganos.

El coronel Coll, uno de los más jóvenes de su promoción, actuó con una gran transparencia informativa y permitió que acompañase a sus soldados en distintas misiones. Visité con sus equipos médicos los barrios más humildes y entrevisté a sus soldados con total libertad. Eran tiempos tan pacíficos que los soldados españoles compraban en las tiendas de Kabul y se movían muchas veces por las calles céntricas sin armas para no importunar a los comerciantes.

Descubrí una exclusiva que tuvo mucho impacto cuando la publiqué en Heraldo de Aragón y la Cadena Ser dos días antes de que se tomase la decisión trascendental e insensata en un Consejo de Ministros. El presidente José Maria Aznar se comprometió a participar en la Operación Libertad Duradera, liderada por Estados Unidos cuyo objetivo era continuar la guerra contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán al mismo tiempo que España se  integraba en una misión de pacificación, que un año después sería bautizada como ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad).

Era una participación ridícula con un puñado de helicópteros envejecidos, pero ponía en una situación límite a los centenares de militares españoles que se habían empezado a desplegar en el país asiático. Ambas misiones eran totalmente contradictorias: una era de guerra y otra de paz. El coronel Coll se enteró de la decisión leyendo la exclusiva en la portada de Heraldo de Aragón.

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Mujer herida en un atentado con coche bomba. Kabul, julio de 2006. | Gervasio Sánchez.

Afganistán, julio de 2006

Fue el viaje más extraño y duro. Llevaba tres días en Afganistán, estaba viendo la final de la Copa del Mundo entre Italia y Francia, se acababa de producir el cabezazo de Zinedine Zidane a Marco Materazzi cuando mi pareja me llamó para comunicarme: “Tu madre acaba de morir”.

Llevaba más de dos décadas trabajando en lugares conflictivos y muchas veces había pensado en vivir una situación parecida. Me comunicaban la noticia y mis compañeros me ayudaban a superar el primer impacto mientras esperaba un vuelo de vuelta para estar presente en el funeral.

Pero nada ocurrió de esa manera. Estaba solo en un hotel bastante cutre y me fue imposible conseguir un vuelo para llegar a tiempo a Tarragona para despedirme de sus restos. Decidí quedarme en Afganistán y le pedí a mis hermanos que guardasen las cenizas de mi madre para hacer una ceremonia a mi regreso.

En aquellos cuatro años de diferencia desde mi anterior viaje había pasado algo trascendental: Estados Unidos había invadido Irak en abril de 2003 y había perdido interés por el desarrollo de la democracia en Afganistán, Los bombardeos intensivos de Estados Unidos y el Reino Unido habían provocado la muerte de centenares de civiles y los neo-talibanes (tal como The Ecomomist ya en 2003 bautizó a un amplio elenco de grupos que utilizaban diferentes tácticas para conseguir sus objetivos ideológicos) se habían rearmado gracias al control del mercado de la heroína.

Ya se movían con bastante facilidad por las provincias sureñas y habían establecido bases de apoyo en zonas del centro y el oeste. La comunidad internacional había organizado un simulacro de paz y democracia en un estado fallido y muy corrupto mientras el Parlamento afgano mimaba a los criminales señores de la guerra. Había 32.000 soldados internacionales desplegados, incluidos 690 españoles.

No encontré a mi fuente de años anteriores, pero tuve la suerte de toparme con un diplomático muy singular e implicado en los acontecimientos políticos que se estaban desarrollando. “La situación se está deteriorando. La receta militar no funciona, la inseguridad es manifiesta en gran parte del país y la corrupción gubernamental desperdicia cualquier mejora objetiva”, me explicó y me recordó que la población afgana puede llegar a “preferir la injusticia al desorden”.

Me dijo que “la esencia de una guerra asimétrica es precisamente la enorme desproporción entre un Ejército poderoso que utiliza una maquinaria infernal en las operaciones y partidas de milicianos que conocen el terreno y se evaporan con gran facilidad”.  Me aseguró que “la paciencia se ha acabado. Los británicos están pagando un esfuerzo en vidas muy alto. Los alemanes se quejan del coste de la factura económica. El margen de maniobra es muy limitado y otros países, incluida España, tendrán que asumir mayores responsabilidades y riesgos con un mayor envío de soldados dispuestos a combatir en las zonas más conflictivas”.

Tres años después, en agosto de 2009, ya había 64.000 soldados pertenecientes a 42 países, entre ellos un millar de españoles, un número todavía insuficiente para un país de 652.860 kilómetros sin carreteras asfaltadas y una peculiar orografía ideal para las emboscadas. 

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Vida cotidiana en Kabul en agosto de 2009. | Gervasio Sánchez.

Afganistán, agosto de 2009

Regresé a Afganistán para cubrir las elecciones presidenciales y empezar un proyecto documental con la periodista Mònica Bernabé sobre la situación de las mujeres afganas que tardaríamos más de cinco años en concluir.

Los talibanes habían creado gobiernos “en la sombra” en amplias zonas del país y en los alrededores de la capital, según una investigación de Associated Press, la agencia estadounidense de noticias.

Las víctimas civiles causadas por los bombardeos aéreos, los registros domiciliarios y la detención de sospechosos en las zonas rurales habían provocado la disminución del apoyo que los estadounidenses y sus aliados tuvieron tras la caída del régimen talibán a finales de 2001.

El general Stanley Mc Chrystal, comandante en jefe de las tropas estadounidenses en Afganistán, apenas llevaba dos meses en su puesto pero ya había advertido públicamente que los talibanes estaban ganando terreno y avanzaban desde sus bastiones tradicionales del sur. El embajador del Reino Unido, Sir Sherard Cowper-Coles advirtió en un memorando secreto que la presencia militar extranjera “es parte del problema, no de la solución”. El general de brigada británico Mark Carleton- Smith, el máximo responsable de la misión militar de su país, afirmó sin rodeos en un periódico que “no vamos a ganar esta guerra”. El general Jean-Lois Goergelin, jefe del Estado Mayor francés, expresó lo mismo con otras palabras: “No hay solución militar a la crisis afgana”. “Vosotros tenéis los relojes, pero nosotros somos los dueños del tiempo”, le dijo un detenido talibán a sus interrogadores afganos y estadounidenses.

Los talibanes se movían en partidas poco homogéneas en función de órdenes dictadas desde la clandestinidad. Otros grupos armados estaban vinculados al tráfico de heroína o a la industria del secuestro. Se creía que el mulá Omar sólo tenía influencia sobre algunas facciones. Los miles de millones en operaciones de Inteligencia no habían conseguido doblegarlos y existía el temor de que no se pudiese votar en las elecciones presidenciales que iban a costar 154 millones de euros.

Durante su mandato el presidente Hamid Karzai había promulgado una Ley de Estabilidad y Reconciliación Nacional que impedía enjuiciar a los criminales de guerra y a los antiguos combatientes, incluidos los talibanes. La candidatura presidencial de este hombre, amado por Occidente, se completaba con un criminal de guerra, el hazara Abdul Karim Khalili, y un señor de la guerra, el tayiko Mohamed Fahim.

En la primera vuelta del 20 de agosto de 2009 ningún candidato consiguió la mayoría absoluta necesaria para convertirse en presidente. Hamid Karzai (con un 49,67% de los votos) y Abdullah Abdullah (30,59%), fueron los dos primeros candidatos que deberían disputarse la presidencia en una segunda vuelta fijada para el 7 de noviembre. Pero cinco días antes Abdullah se retiró en protesta ante la falta de transparencia electoral. La Comisión Electoral declaró vencedor a Hamid Karzai.

Dediqué dos semanas a trabajar sobre la violencia contra las mujeres y las niñas desde diferentes ángulos entre los que resaltaba el impacto de los matrimonios forzosos, los graves problemas de drogadicción, los intentos de suicidios, los divorcios, la perdida de la custodia de los hijos.

El objetivo era mostrar historias personalizadas de mujeres que aceptasen el reto de denunciar su situación y huir en todo momento de las que iban tapadas por burkas y reconvertidas en sombras furtivas. Sinceramente, siempre he pensado que fotografiar mujeres con burka es bastante fácil en Afganistán y hay horas de luz que te permite hacer auténticos fotones aunque con personas sin nombres, apellidos o rostros. 

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Un padre besa el cadáver de su hija de 17 años que se ha suicidado para huir de un matrimonio forzoso. Herat, mayo de 2012. | Gervasio Sánchez.

Afganistán, de 2010 a 2014

Durante estos cinco años regresé a Afganistán dos meses al año para continuar el trabajo sobre las mujeres. Mònica Bernabé, única periodista española que vivió permanentemente en el país como corresponsal de El Mundo durante ochos años, hacía todas las gestiones, obtenía los permisos para entrar en hospitales, reformatorios o cárceles. 

Establecíamos una agenda de trabajo y yo viajaba por espacios de tiempo de un mes a fotografiar todas las historias preparadas, aunque muchas veces los permisos se convertían en papel mojado, nos impedía acceder a los lugares que nos interesaba y teníamos que empezar de nuevo.

En uno de los viajes de 2011 se produjo la muerte de Osama Bin Laden en una acción militar estadounidense en territorio pakistaní, a unos 55 kilómetros de la capital Islamabad. Aquel 2 de mayo tuve la oportunidad de preguntarles a varios afganos que vivían en Herat sus opiniones sobre la muerte del terrorista más buscado del mundo y me encontré con pocas respuestas satisfactorias. Muchos opinaron que era un montaje. Otros criticaron los ataques contra Afganistán cuando Estados Unidos sabía que se escondía en Pakistán, un aliado tradicional en la región de la potencia universal. Escasos fueron los que se alegraron. Un par de personas me dijeron que quizá la venganza definitiva de Estados Unidos permitiría salir al país del atolladero bélico que sufría desde hacía décadas.

Las elecciones presidenciales se celebraron el 5 de abril de  2014. El presidente Hamid Karzai  no se pudo presentar a un tercer mandato prohibido por la Constitución. En la primera vuelta ganó Abdullah Abdullah con el 45% de los votos. Tuvo que enfrentarse en una segunda vuelta a Ashraf Ghani Ahmadzai, que había logrado el 31% de los votos. Sorpresivamente, y con dudas de amaño electoral, Ghani con el 56,44% de los votos derrotó a Abdullah y se convirtió en el nuevo presidente.

Era evidente que la situación de la mujer había mejorado entre otras razones porque los señores de la guerra primero durante la guerra civil de los noventa y luego los talibanes durante su quinquenio en el poder habían dejado el listón tan bajo que cualquier  decisión que se tomase mejoraba ostensiblemente la situación general.

En las grandes ciudades como Kabul y otras más liberales como Mazar i Sharif y Herat, las universidades estaban repletas de jóvenes afganas y las estudiantes de primaria y secundaria no tenían nada que temer cuando se dirigían a los centros escolares. Pero no era igual en todo el país.

En 2012 hice un reportaje en la universidad de Kandahar. El número de alumnas apenas superaba el 10%, tenían que ir con burka a las clases y ninguna quiso dar su opinión por miedo a sufrir represalias a pesar de que había decenas de miles de soldados occidentales desplegados en la ciudad y la provincia. La directora de una escuelas de niñas recibían amenazas de muerte continuas, algunas niñas habían sido atacadas con ácido y era imposible ver una mujer sin burka.

Es cierto que la Constitución afgana reglamentaba que las mujeres y los hombres eran iguales ante la ley. Había normas que protegían a las mujeres y prohibían el matrimonio forzoso y de menores de 16 años. Pero en Afganistán las leyes son papel mojado ante las tradiciones.

Mònica y este servidor nos encontramos una situación tan alarmante que llegamos a la conclusión que ni los países con despliegue de tropas ni la ONU (que siempre brilla por su ausencia a la hora de  la verdad) tenían un interés verdadero en cambiar la situación de las mujeres.

Sin salir de grandes ciudades como Kabul, Herat, Kandahar o Mazar i Sharif conocimos historias dolorosas protagonizadas por menores (más del 50% se casan antes de cumplir los 16 años, algo que la ley -papel mojado- prohíbe). Era imposible enfrentarse al sistema.

A finales de 2014 por fin pudimos publicar nuestro trabajo que titulamos Mujeres de Afganistán en un libro y realizar una exposición itinerante que visitó ciudades como Barcelona, Zaragoza, Valencia, Madrid, San Sebastián, Vitoria y una decena de municipios de Euskadi.

Hicimos seguimientos de mujeres y menores que se intentaron suicidar quemándose a lo bonzo o ingiriendo pastillas, opio o matarratas. Supimos que los picos de suicidios se producían al inicio de los cursos escolares cuando los padres sacaban a las niñas de las escuelas para casarlas forzosamente.

Descubrimos que Afganistán es el único país del mundo con más suicidios de mujeres que de hombres. Vimos agonizar a algunas de las menores. Interrogamos a mujeres y niñas escondidas en casas de acogida secretas. Documentamos programas de rehabilitación de mujeres drogadictas o drogodependientes. También vimos boxear a jóvenes que no tenían el permiso de sus padres o jugar a fútbol en campos vacíos porque sólo los familiares podían presenciar los partidos. Conseguimos hablar con unas setenta mujeres con familiares desaparecidos o asesinados en los diferentes periodos violentos de Afganistán.

Afganistán talibanes Gervasio Sánchez
Un mujer es fotografiada antes de votar en las elecciones de setiembre de 2019 en Kabul. | Gervasio Sánchez.

Afganistán, septiembre de 2019 

Mi último viaje coincidió con las elecciones presidenciales del 28 de septiembre de 2019.​ Sólo votaron 2,7 millones de los 9,6 millones de personas que se habían registrado para ejercer su derecho. La bajísima participación se debió principalmente a las continuas amenazas de los talibanes y la desconfianza en el proceso electoral. Entre los candidatos estaba el pastún Gulbudin Hekmatiar, uno de los mayores criminales de guerra afganos.

Los resultados preliminares tardaron casi tres meses en conocerse y los definitivos no aparecieron hasta casi cinco meses después. El ganador fue de nuevo Ashraf Ghani, pero Abdullah Abdullah rechazó los resultados y pidió la formación de un gobierno paralelo en el norte de Afganistán.

Dediqué una semana a completar la historia de Medy Ewaz, un joven que conocí en 2006 cuando tenía 10 años y que había perdido una pierna al activar una mina antipersona siendo muy niño. De origen hazara y chiita, perdió a su madre por falta de medicinas y su padre fue capturado por los talibanes. Se crió con su abuelo junto a sus dos hermanas.

En 2019 ya tenía 23 años y estaba buscando la forma de emigrar a otro país. Aunque era muy espabilado, abandonó los estudios y ha tenido que vivir de pequeños trabajos mal pagados. Ha regresado al quirófano en varias ocasiones por culpa de las infecciones o para una remodelación del muñón. En su corta vida ha cambiado media docena de veces de prótesis. Las consecuencias de una mina son para toda la vida. 

21 Comentarios
  • El contenido de este artículo y muuuuuucho más de la boca de su autor en el canal de Jordi Wild. Como afirma el propio Gervasio vender a los medios tradicionales la noticia es difícil, no escuchan. Después alguien escucha y, oh sorpresa, arrasa en audiencia.
    ¿Por qué triunfan podcast, blogs, etc, de personas ajenas al periodismo profesional? Porque escuuuuchan.

  • Excelente artículo y maravillosas fotos, siempre es un placer leer lo que escribes y comtemplar lo que captas con tu cámara. Un saludo

  • Hoy te he conocido por primera vez en el debate de A3 e inmediatamente me he suscrito a tú Facebook. Duele leer tu artículo. Profundisimo y transparente. Qué pena que en las TVs te corten. La verdad no interesa. Tengo tanto pesar porque sé que el foco mediático se apagará pronto. Enhorabuena por tu artículo que tendré que leer varias veces para entender tanta complejidad.

  • Qué gran trabajo Gervasio Sánchez!
    Además de gran fotógrafo eres una excelente persona. Me quito el sombrero contigo!

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