La estrella fugaz más lenta de la historia

La estrella fugaz más lenta de la historia pasó sobre mi cabeza despeinada hace unas cuantas noches de verano. Era una Perseida, o eso dijeron en la tele. A mí me pareció simplemente hermosa. Un sencillo milagro en exclusiva para todo aquel que estuviese mirando. Así es la vida: si no observas, te lo pierdes.

Yo sí lo hice. Miré y, aunque la buscaba, no la esperaba. El cielo estaba envuelto en ese tipo de nubes pardas e inconsistentes que salen por la noche, y ya se sabe lo que pasa con las nubes, que de la misma manera en que el árbol no te deja ver el bosque, ellas suelen ocultar todo lo que brilla. cielo-estrellas-pinos

O no. Ya veis que no. Ninguna nube fue obstáculo para mi estrella fugaz: la más lenta de la historia de las estrellas fugaces. Y es que mientras cruzaba justo por el trozo de cielo que podía abarcar mi mirada, mientras iluminaba un pedazo de nube con su cola incandescente, me dio tiempo a reflexionar sobre varias cosas, y sobre todo sobre la velocidad.

Porque hay que ver lo mucho que corremos las personas aunque no sepamos dónde vamos o (peor aún) aunque no vayamos a ningún sitio. Volamos todo el tiempo y dejamos atrás manchurrones de colores que son, en realidad, personas y cosas. En definitiva, vida que no apreciamos, que se nos pierde, a la que dejamos perderse por el sumidero de la prisa. 

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Cuánta prisa tenemos. ¿Prisa por qué? Por llegar sin entretenernos, por terminar de hablar para decir algo nuevo, por quemar etapas para alcanzar un final que no existe, pues me temo que cada día es partida y llegada y que la vida es una rueda (y-nadie-sabe-cuando-tiene-que-parar). Prisa por malgastar el tiempo, que es lo único que conseguimos cuando convertimos a la pausa en nuestra peor enemiga.

Lo peor de todo esto es que para correr no hace falta moverse. Las carreras más a vida o muerte se disputan en el silencio de la noche y sobre un mullido colchón. Son aquellas en las que se enfrentan cordura y locura. Miedo y sueños. Pereza y riesgo. Son carreras sucias, llenas de trampas, con patadas voladoras y puñetazos en la boca del estómago. ce071a9496bc2c6edf1fc67aeac9dc55

Carreras que la estrella fugaz más lenta de la historia me enseñó que hay que saber parar. Ya casi se marchaba a alumbrar el firmamento de otro planeta cuando me lo contó. Que a veces solo hay que mirar al cielo o a cualquier otra cosa que nos atrape, que nos ancle y nos detenga. Parar la vida y amenazarla con un «¿a que me bajo contigo en marcha?» que no sea más que un farol (porque desertar es mucho peor que perder). Un burdo chantaje como cuando le enseñas la correa de pasear a tu perro para que le pongan la vacuna.  Como el «si no me quieres tú yo no te quiero» de la era digital. Como el «si no te acabas el potaje no hay postre» de las madres.

c19d7bd2c9d7549ae5c499038fb8c933Y es que la vida puede ser muy niña malcriada a veces. Se pone a llorar y a patalear. Le da por corretear descontrolada y por subirse a la chepa de quien desconoce esta gran verdad universal: que el botón de parar el mundo es interno. Que aminorar la velocidad de todo y de nosotros mismos se puede y se debe. Y que así, sólo así, es como aparecen las oportunidades, las personas, los momentos, los trabajos. Los trenes, los cambios y los destinos nuevos.

¿Que cómo lo sé? Bueno, porque fue así como en una noche de verano con el cielo lleno de nubes, una estrella fugaz tan breve como un suspiro se convirtió en la estrella fugaz más lenta que han visto estos ojos (casi) siempre apresurados. Así, parando, mirando, esperando, ella me enseñó que a veces un segundo lento cunde más que toda una vida corriendo.


2 respuestas a “La estrella fugaz más lenta de la historia

  1. Precioso 🙂 Se nos olvida que la vida es paradójica, y que a veces contra más corremos más lento avanzamos, privándonos de ver muchas estrellas fugaces que se cruzan en nuestro camino. Vamos, ya lo dice el refrán: «sin prisa, pero sin pausa», no hay que correr, hay que llegar y disfrutar de la magia del camino.

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